Razones para la recuperación de materiales de derribo                                                   

 

La madera

Cuando nos planteamos el uso de materiales de madera reciclados, debemos valorar sobre todo dos factores, que a nuestro juicio le dotan de un valor añadido que supera con creces su valor material: uno es su antigüedad y otro es la tecnología y hábitos tradicionales empleados en su factura.

 

Dependiendo del tipo de objetos, su propia antigüedad ha hecho que, tras años de alteraciones periódicas, producidas por los cambios de humedad y temperatura, la madera haya dado de si todo lo que debía, con lo que tendremos un material extremadamente estable. Es decir -y por poner un ejemplo-, las carpinterías como puertas y ventanas, y sobre todo las tarimas,   sufrirán mucho menos el efecto de dilataciones engorrosas a las que estamos desgraciadamente acostumbrados con este tipo de artículos de factura moderna. ¿Cuántas veces no los hemos comprado -sin reparar en el precio-, para encontrarnos con que al poco tiempo no cierran bien o se alabean en cuanto les da un poco el sol? Esa tarima que el fabricante garantizaba que estaba seca, y que al primer cambio de temperatura, como el que causan las calefacciones en invierno, deja "inmensas" grietas, insufribles para cualquiera que sea algo perfeccionista o simplemente valore lo que compra. Ya no digamos de los muebles cuyos cajones no corren bien o que acaban cojeando, para acabar rechazando la noble madera maciza, por el contrachapado o el aglomerado…

 

El mundo moderno ha rechazado, en aras a la economía y la inmediatez, muchos de los principios básicos de tratamiento de la madera, resultado de siglos e incluso milenios de depuración de técnicas, o simplemente de la observación. Lo que tradicionalmente llamamos La Experiencia adquirida.

 

Las técnicas tradicionales partían de un principio básico, incompatible con la economía actual: el trabajo bien hecho, por encima del valor de mercado y del tiempo.

 

Hasta los años cincuenta del pasado siglo, estaba "prohibido" por tradición, la corta de árboles con estos fines, con posterioridad al mes de abril. Estos principios quedaban matizados por el propio conocimiento de los usos de los materiales y del uso final a que se destinaban. Así, si la madera se destinaba a la construcción, según lógicamente las zonas, las vigas y cuartones se cortaban en el menguante de agosto, y a ser posible de árboles situados en la solana. Ello se debe a que el crecimiento en esa vertiente es más lento que en la umbría, tiene por tanto más anillos, y consecuentemente, más fortaleza. Otro detalle era el de eliminar la albura mediante la escuadría. La albura lo forma el conjunto de anillos más recientes, de coloración más clara, y más vulnerable al ataque de los xilófagos, por ser madera aún poco lignificada. Si el destino era la fabricación de muebles, suelos o carpinterías, lo aconsejable era la madera de umbría cortada en el menguante de enero. También debemos tener en cuenta, que la observación en el mundo tradicional, determinaba el uso de cada variedad de madera para según qué objeto: el olmo para fabricación de los carros por su resistencia; el nogal, aunque tóxico, para muebles o carpintería que precisaran de una gran estabilidad y estructura prieta y homogénea: mesas, cuarterones de puertas, etc. Fresno para suelos, por su resistencia a la humedad; el aliso para pilotajes de construcción, por ser madera “de agua”; la sabina o el enebro para cercados, por su carácter casi imputrescible. El castaño en zonas húmedas para carpinterías o muebles, o para la construcción, por su resistencia a la humedad o a la exposición al agua.

 

El pino, sin embargo, fue la madera estrella en todos los sentidos. De crecimiento relativamente rápido, prospera en casi todo tipo de suelos y climas y es, sin duda, el más común de los árboles en nuestro país. Obviamente, aunque simplifiquemos en su denominación, son muchas las variedades con sus correspondientes peculiaridades mecánicas y de uso. El pino presenta amplias escuadrías, fustes rectos y largos, una gran estabilidad y resistencia, y es fácil de trabajar. Obviamente no es la madera “máxima”: no es nogal, ni roble,… pero es la madera óptima por superar con creces los aspectos positivos a sus posibles inconvenientes.

         

Ya los romanos, desde Vitrubio a Palladio o Columela, resaltan en sus tratados, las cualidades y utilizaciones idóneas para cada tipo de madera, llegando a diferenciar las maderas que debían emplearse incluso en las habitaciones de verano, con respecto a las de invierno. A tal grado llegaba su sofisticación.      

 

Otro aspecto que debe valorarse en este tipo de maderas antiguas, es que fueron trabajadas con instrumentos de corte limpio, como hachas, azuelas o cepillos, con lo que el poro de la madera se defendía mejor ante los hongos de la putrefacción; no sería el caso de las sierras mecánicas, que dejan en la superficie esas hebras o pelillos, por donde empieza su inexorable deterioro. Por otro lado, la mecanización de los troncos, producen una sucesión de tablones de los que se restan los llamados costeros, o piezas superficiales del tronco. Es decir: da igual que algunas partes sean mejores o peores; que las ramas se diferencien claramente, desde un punto de vista mecánico, del tronco principal. El despiece debe someterse necesariamente al abaratamiento de los costes. Antiguamente, el despiece del tronco se hacía en función de sus propiedades, de su uso y de sus cualidades mecánicas. Así, primero se eliminaba esa albura, y según esos usos, se hacían tablones paralelos o se cortaban de forma radial a partir del centro del tronco.

 

Pensemos que una viga u otro objeto que ha sobrevivido, en muchos casos varios siglos, puede hacerlo unos cuantos más, siempre y cuando se le mantenga el tratamiento adecuado. Además, las maderas tan viejas y consecuentemente muy lignificadas, dejan de ser atractivas para la mayoría de los insectos xilófagos.

 

Para finalizar, la madera reciclada tiene otras ventajas dignas de resaltar: su vistosidad y su precio. No cabe duda que una viga antigua, con la superficie oscurecida por la oxidación, con las irregularidades de su superficie, los golpes de azuela o las curvaturas naturales y propias de un aprovechamiento puramente utilitario, le dotan de un valor añadido realmente evocador, sobre todo en ambientes rústicos o en rehabilitaciones en casas de cierta antigüedad. El precio, también, suele ser inferior al de las maderas nuevas, aunque esto empieza lentamente a cambiar, sobre todo en piezas de gran tamaño, por la vuelta a lo rústico en las construcciones de campo y por la rehabilitación ya citada. No obstante, las ventajas expuestas superan con mucho a los posibles inconvenientes.

 

¿Por qué entonces tantos arquitectos, aparejadores y constructores son reticentes a su uso? Fundamentalmente por dos razones: por no ser un material estandarizado, nunca podremos garantizar su resistencia o cualidades mecánicas, ya sea por los nudos, grietas u por simple falta de experiencia. Normalmente esto se resolvía sobredimensionando las escuadrías, cosa que, por otro lado, en cualquier caso se hace incluso con los materiales más modernos. Pero no cabe duda que da más tranquilidad al responsable de la obra, si los materiales viene garantizados en origen. Es menos complicado. En cuanto a los constructores, aparte de la mayor rentabilidad de los materiales nuevos y más caros, está la cuestión de la simplificación en el montaje de vigas y cuartones de tamaños homogéneos.

 

Desgraciadamente, nada se hace hoy día para que dure un máximo de tiempo. Al contrario, y como ocurre con los coches, con que duren unos pocos años, es suficiente. Ya no queremos muebles eternos: queremos muebles de IKEA, y sustituirlos a la primera de cambio. Invirtamos este proceso; volvamos a una economía sostenible! .

 

 

El barro

El barro ha sido otro de los pilares en la construcción: losas para suelos, ladrillo macizo para los aparejos o tejas para las cubiertas.

 

Hoy en día, estos materiales han sido reproducidos de forma masiva, por su extrema calidez y sus propiedades inigualables. Sin embargo los métodos tradicionales de fabricación, solo han sido utilizados de forma parcial.

 

Antiguamente, la elección de la materia prima era fundamental. De ahí que determinadas zonas adquirieran fama por las propiedades de sus barros. Así, por sus cualidades refractarias, adquirió notoriedad Pereruela en Zamora o Moveros, que aún hoy siguen produciendo excelentes cerámicas de cocina e incluso hornos. La lista podría ser interminable.

 

Las técnicas tradicionales de fabricación de componentes de arcilla para la construcción, debían introducir determinados cambios en las condiciones naturales del barro para suplir las que de forma natural aparecían en determinadas unidades geológicas. Tengamos en cuenta que transportar tejas o ladrillos en carros, suponía un coste realmente elevado para las clases populares, por lo que se tendía a fabricarlos en las inmediaciones de las zonas donde se pretendía utilizarlos.

 

Pero pasemos a describir de forma somera cual era el proceso de elaboración básico de esta materia prima. Lo primero que se hacía, una vez extraída la arcilla, era pudrirla. El procedimiento consistía en volcar la arcilla en grandes balsas de obra con gran cantidad de agua. Con ello se conseguía eliminar por disolución, cualquier resto de carbonato cálcico u otras sales, que luego pudieran reventar la pieza durante la cocción. Una vez depurada la arcilla, se le añadía el degrasante.  Este consistía en arena, mica e incluso materia orgánica, como paja o estiércol, que daban más flexibilidad y mejoraba las cualidades mecánicas de las piezas frente a los cambios de temperatura, humedad o los golpes.

 

La diferencia con piezas modernas son varias. Si optáramos por cocciones a más altas temperaturas, hasta casi conseguir un gres, las propiedades podrían parecerse, aunque ya no sería lo mismo en textura o color.  Por lo general, las piezas modernas, son excesivamente homogéneas, se quiebran con las heladas precisamente por la expansión del carbonato cálcico (caliche) no eliminado. Las sales, sobre todo en suelos y ladrillos macizos, salen al poco tiempo de haberse colocado, procedentes de los morteros de cementos habitualmente utilizados, aflorando durante el proceso de secado. Si los miramos con cuidado, veremos que son pequeños cristales en forma de polvillo blanquecino que salen periódicamente. Para solucionar este problema, se añaden diferentes componentes para evitar ese aspecto sucio: el maloliente gasoil, leche, aceite de linaza, y luego añadir costosos barnices, ceras o aceites. Todo esto sin contar la aún más costosa mano de obra.

 

Con las tejas pasa lo mismo. La fabricación industrial, aparte de darles una excesiva homogeneidad, no elimina el carbonato cálcico, resultando muy quebradizas si no han sido cocidas a altas temperaturas. Por otro lado, las tejas tradicionales, al haber tenido degrasante en su fabricación, presentan una porosidad en la que arraigan con gran facilidad musgos y líquenes, lo que le confiere ese aspecto tan orgánico y natural, imprescindible para conseguir una correcta integración en el paisaje; también el musgo y los líquenes, multiplican las cualidades aislantes de las tejas en las cubiertas. Sin embargo en las tejas viejas no todo son ventajas, pues suelen ser quebradizas si están mojadas, aunque solo si se las pisa. Hoy en día, estas tejas suelen completar y rematar las cubiertas, que previamente han sido realizadas mediante losa de compresión, con tela asfáltica, poliuretano expandido o placas de fibrocemento, como onduline bajo teja, con lo que con la teja antigua ampliamos las propiedades aislantes y estéticas, dejando para esas soluciones más modernas, la impermeabilización de los tejados.    

 

Fernando Velasco

 

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